Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?»
A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara.» Él les dijo: «Vayan.» Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
Palabra del Señor
Comentario
Parece fácil decir que tenemos que amar “más” a Jesús, incluso más que a nuestros propios hijos. Es fácil decir que amamos a Dios sobre todas las cosas. Es fácil porque son solo palabras muchas veces, pero en realidad, obviamente, lo difícil, lo verdadero, es que esto se haga realidad, que no sea solo de la boca para afuera. Por eso Jesús decía: «No son los que me dicen “Señor, Señor” los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Pero esto no es para atormentarnos, para sentirnos menos, para sentirnos con culpa. Cuando Jesús nos pide que lo amemos más, obviamente, nos está pidiendo un amor efectivo y afectivo, un amor con acciones y de corazón, pero esto no se contrapone con el amor de nuestra familia. Como vengo diciendo lo engrandece, lo trasciende, lo ensalza. ¿Cómo debe darse esto en la vida personal de cada uno de nosotros? Bueno, la verdad que no hay un manual. Eso es lo que cada uno de nosotros debe rezar cada día y discernir. El deseo de Jesús es que lo amemos más y ese más, ese plus que nos pide es el que dependerá de la elección de vida de cada uno, de su familia, de su trabajo, de su contexto, pero, principalmente, de su corazón, que es el motor de todas nuestras acciones.
Se puede amar más a Jesús siendo albañil, carpintero, ama de casa, empresario, deportista, pescador, empleado, estudiante, barrendero, escritor, vendedor, obrero, religioso, sacerdote; joven, niño, adulto o anciano. ¿Dónde dice Jesús qué es lo que debemos ser en esta vida, qué profesión tener? Nos dijo que lo amemos más, pero no cómo. Por eso, esta invitación no es exclusiva para algunos, aunque a algunos les guste hacerlo parecer así. Jesús se lo pide a todos los que quieran seguirlo y la condición necesaria es querer, y querer que sea lo principal en nuestra vida, sabiendo que, si está él, todo lo demás, por decirlo de alguna manera, se acomodará. Todo lo demás se dará por añadidura.
En Algo del Evangelio de hoy se nos da un indicio, una pista de lo que muchas veces pasa en este mundo, cotidianamente. En este mundo donde prima el poder y el dinero por sobre todas las cosas. Sí, Dios es muy bueno. Jesús es un lindo y atrayente personaje que sana, que cura, que expulsa demonios, hasta que “toca” algo que para el mundo tiene valor. ¿Sabés qué cosa? El bolsillo. Vamos a la escena de hoy en la que hay varios personajes: por supuesto que Jesús, los endemoniados, los demonios, los cuidadores y, finalmente, los pobladores de la ciudad.
¿Qué se esperaría ver cuando se escucha una buena noticia sobre el bien que se le hizo a unas personas atormentadas? Lo lógico sería escuchar alegría y agradecimiento. Sin embargo, dice la Palabra de hoy que: «Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio». Sí, lo echaron de la ciudad. El sentido común nos indica que muy contentos con lo que había hecho no estaban. ¿Sabés cuál fue el problema? Los cerdos. En el fondo la comida, en el fondo la pérdida económica. Dos personas liberadas de esos demonios no valían tanto para ellos como los cerdos que se ahogaron en el mar. ¿Te das cuenta? ¿Te parece raro? No te creas, es más común de lo que imaginamos. Se da continuamente en las estructuras de este mundo que privilegian el poder y el tener sobre las personas (somos finalmente números para muchos). Se da en tu trabajo cuando eligen echarte por considerarte un número. Se da cuando alguien prefiere pagar menos a sus empleados para ganar más de lo que su vida le da para gastar.
Se da cuando un empleado se aprovecha, también, de la generosidad de su jefe y saca de más, y roba. Se da cuando se prefiere matar a miles de niños en los vientres de sus madres, en vez de enseñar que somos seres pensantes y hechos para amar. Se da cuanto preferís no jugarte por nada y callarte mientras ves que otro sufre, mientras tu voz podría hacer este mundo un poco más justo. Echamos a Jesús de nuestra “ciudad corazón” cuando se vuelve incómodo, cuando su amor y su poder de amor nos invitan a jugarnos por los que están fuera de la sociedad, como estos dos endemoniados, pero no nos animamos. Echamos a Jesús de nuestro corazón cuando preferimos amarlo menos y amar más unos billetes que nos darán un poquito de felicidad pasajera. Echamos a Jesús de nuestra vida cuando vemos corrupción y somos cómplices por conservar nuestro lugar, olvidándonos que la corrupción mata a miles de personas. Amamos menos a Jesús cuando por no “perder” nuestra posición dejamos que los demás se “ahoguen” en su posición, como decía San Alberto Hurtado.
Amar más a Jesús es concreto y real. Se juega en las decisiones que tenemos que tomar hoy, en este momento. En las decisiones que nos invitan a ser, antes que nada, justos, para después ser caritativos. Estos endemoniados merecían otro lugar, otro trato, mucho más digno. Hay mucha gente en este mundo que merece otra cosa y, antes que ser buenos con ellos, antes que ser caritativos, tenemos que luchar para que reciban lo justo. Es fácil ser bueno y caritativo con lo que nos sobra. Es fácil para los Estados hacer asistencialismo o inclusión con el dinero de los demás que no es de ellos. Es fácil dar cosas para parecer “mejor” por dar algo. Lo difícil ser justos. En este mundo, vos y yo, muchas veces nos sale ser buenos hasta que nos tocan el bolsillo. Y la fe, Jesús, su amor, tarde o temprano, nos tocan el bolsillo, la generosidad, para aprender a jugarnos por el bien, por la verdad y también por la justicia.
Amemos a Jesús no solo de palabra, sino con obras y de corazón. No hagamos como estos pobladores que por “amarretes”, por avaros, echaron a Jesús de sus vidas y se perdieron de lo mejor.