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XIII Martes durante el año

Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.  Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!»

El les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.

Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor

Comentario

Frente a Jesús no hay competencia. No debería haber competencia de amor. Él es lo más grande. Él es todo. Jesús no quiere generar competencia, te imaginarás. A él no le interesa competir como nos pasa muchas veces a nosotros. Por eso cuando él nos pide que lo amemos más que a nuestros padres, más que a nuestros hijos e incluso más que a nuestra propia vida, no lo dice o hace para competir con nadie. Qué lejos estamos a veces, en este mundo, por nuestra manera de pensar y actuar, de lo que realmente Dios desea de nosotros: Varones y mujeres que amemos en libertad, con libertad, por libertad. La competencia, tarde o temprano, genera esclavitud y exclusión. “Algo” siempre me ata a competir y, en una competencia, siempre alguien se queda afuera. Alguien, de alguna manera, recibe menos o “pierde”.

Por supuesto que con esto no me refiero a que no es bueno superarse o buscar siempre lo mejor, buscar lo que más nos ayude a crecer. Sin embargo, nunca puede ser en contra o a costa de otros, viendo a los demás como contrincantes a superar. Por eso Jesús quiere que lo amemos más, pero para que aprendamos a amar más a los demás, no para que los amemos menos. Él es el único que “potencia” nuestro amor humano, lo exalta, lo engrandece. Es el único que exige amor para que esa exigencia, redunde en más amor hacia todos, sin dejar afuera a nadie. Por eso los santos, aquellos que viven como hijos de Dios, amaron a tantos y pudieron ensanchar su corazón hasta límites a veces impensados, para aquellos que no creen.

Hay que animarse a amar más a Jesús. Animate a hacer todo lo posible para amarlo con todo tu corazón, sabiendo que su amor no “ocupa” espacio en el corazón, sino que, al contrario, lo inflama, lo infla. Lo agranda para que entren los que nunca hubieses imaginado.

Él da todo, no quita nada, aunque a veces parezca que no le importa lo que nos pasa, como en Algo del Evangelio de hoy.

Voy y yo somos de los que creen sin ver, sin ver físicamente a Jesús. Somos de los felices en este mundo. Sin embargo, ¿quién de nosotros no experimentó alguna vez la sensación de que Dios “está dormido”, de que Jesús se quedó dormido? ¿Quién de nosotros no estuvo alguna vez en una tormenta difícil en su vida, donde parecía que todo se hundía? ¿Quién de nosotros no experimentó la sensación de que hay tormentas que parece que no pasan jamás? Si actualmente una tormenta nos molesta a pesar de las comodidades con las cuales vivimos, ¿imaginás lo que significa una tormenta en tiempos antiguos, lo que significaba? Realmente una tormenta era un problema, y mucho más estando en el mar, donde todo parece incontrolable e inestable.

Gracias a Dios, como se dice, “siempre que llovió paró”. Las tormentas molestan, pero pasan. Mojan y dan miedo, pero se van. La oscuridad no es muy agradable, pero pasa, siempre amanece. Jesús parece que está dormido, o lo está, pero no está ausente. Hoy parece que Jesús quiere enseñarles a sus amigos y a nosotros, a través de la experiencia de una tormenta en el mar, que la vida también tiene mucho de esto. Vivimos a veces de tormenta en tormenta.

¿No será que Jesús “se duerme” para que nos animemos a despertarlo? Qué lindo que es eso. Jesús a veces quiere que nos desesperemos para encontrar esperanza en él. ¿No será que Jesús deja que vengan las tormentas de la vida para que no nos olvidemos que él es el dueño de la historia, de la creación, de la barca, de la Iglesia, de nuestra propia vida? ¿No será que a veces es necesario experimentar que nos hundimos para que recordemos que somos frágiles y necesitados de su amor? ¿No será que tenemos miedo porque somos hombres y mujeres de poca fe? ¿No será que tenemos poca fe porque nos creemos que somos los capitanes del barco de nuestra vida y no nos damos cuenta de que los “hilos” los maneja él? ¿No será que nos acordamos de Jesús, a veces, solo en las tormentas?

Si andás en medio de una tormenta de la vida, en medio de la oscuridad, pensando que Jesús no está, que todo eso parece una mentira, que en realidad él no se hizo cargo de tus problemas, que se durmió cuando más lo necesitabas… pegá el grito. Gritá y andá a despertar a Jesús, aunque él no lo necesite, lo necesitás vos. Vos y yo tenemos que aprender a pedir ayuda y no esperar a que el barco se hunda para que los demás sepan lo que nos pasa. La vida es linda, es verdad, pero es difícil. No es de poco hombre gritarle a Jesús que nos salve, no es de poca mujer. Es de fuertes. Es fuerte el que se reconoce débil y, en realidad, es débil el que jamás se reconoce débil.

Si todavía no pasaste tormentas, no te olvides de este evangelio cuando te toque vivirla. En tiempos de tormentas se aconseja no tomar decisiones, no cambiar lo decidido, mantenerse en el barco, firmes. Porque en ese barco está Jesús. El tiempo de tormenta es tiempo de crecimiento, tiempo de prueba, porque es tiempo de fe, de confiar, de soltar, de saber que tarde o temprano todo pasará y aparecerá Jesús para calmar las aguas que nos atemorizan.