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XII Lunes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Palabra del Señor

Comentario

Siempre es necesario volver a renovar el deseo de seguir escuchando la palabra de Dios mientras subimos, mientras caminamos por el camino de la vida, mientras Jesús nos acompaña a veces en silencio porque nosotros no nos damos cuenta. Siempre es necesario volver a decir que no tenemos que temer, como decía el Evangelio de ayer. No tenemos que temer a los que matan el cuerpo. No tenemos que temer a los que nos traicionan, incluso amigos o conocidos. Tenemos que temer perder el amor de Jesús, la gracia, alejarnos de él. Es el peor de los males. Perder la gracia del alma, que es la vida del alma, es lo que nos va matando. Por eso, hoy volvamos a decirle a Jesús: «No quiero tener miedo, Señor». No puedo temer si el Padre del cielo siempre me sostiene en sus manos. Sabe todo lo que me pasa. El Padre, que ve en lo secreto, siempre me recompensará. ¿Qué importa lo que piensen a veces los demás? ¿Qué importa que no me entiendan como yo quisiera? ¿Qué importa que a veces a este mundo le guste vivir sin el Padre? Yo quiero ser hijo, quiero vivir como hijo.

Te recuerdo que estamos desde hace dos semanas rezando con el Evangelio de san Mateo y particularmente con el Sermón de la Montaña, los capítulos 5, 6 y 7. Hoy empezamos a escuchar el capítulo 7. Acordémonos que el tema de la montaña es todo un símbolo para el mismo Jesús que vino a darnos la nueva ley desde el monte, así como Moisés había recibido la Ley en unas tablas en un monte, en el Sinaí. Pero también es un símbolo para nosotros, que debemos subir siempre para escuchar a Jesús. Debemos salir de nosotros mismos, de nuestra comodidad, de nuestro cansancio espiritual, para recibir el anuncio del Reino de los hijos de Dios, el Reino de los hijos de un mismo Padre que ama a todos. Acordémonos, a buenos y malos, aunque a algunos no les guste. Por eso es necesario volver a renovar este deseo y terminar de escuchar durante esta semana este maravilloso sermón de Jesús, que espero que te haya ido atrapando, enamorando, ilusionando con poder vivir como verdadero hijo. Busquemos un buen lugar para escuchar. Busquemos un buen momento para tomar nuestra Biblia otra vez y gastar las hojas de tanto leerlas y meditarlas. Que la palabra de Dios escrita sea nuestro mayor gozo, nuestra lectura más deseada.

Hoy Jesús, en Algo del Evangelio, no da muchas vueltas. En realidad, nunca da muchas vueltas, pero sí es verdad que muchas de sus palabras necesitan a veces ser más interpretadas, más profundizadas. En cambio, ante las palabras de hoy, ¿pudo haber sido más claro y concreto? ¿Son necesarias muchas aclaraciones? Me parece que no. Ahora, otra cosa es que, aunque las hemos escuchado por ahí ciento de veces, eso no significa que lo estamos viviendo. Escuchar no asegura el vivirlas. Lo que asegura el vivir es escuchar, meditar, asimilar y alegrarse con una enseñanza que descubro como camino de felicidad; si no, no vale la pena. La nueva ley de Jesús es ley de gozo. Ley que libera de los desórdenes de nuestro interior y de la esclavitud de cumplir por cumplir. No juzgar nos hace bien. No juzgar nos conduce lentamente hacia la humildad y los humildes son los predilectos del Padre. Los humildes, acordate, son los pobres de espíritu, son los pequeños del Reino, son los más felices. Seremos felices si somos humildes, felices los que se van haciendo humildes por no juzgar a nadie.

Felices los que no se creen con el derecho de andar armando y desarmándole la vida a los demás, pensando que ellos tienen la casa en orden. Felices los que descubren que las mejores batallas que podemos librar son las nuestras, las interiores, las propias; las de luchar con nuestra propia soberbia, con nuestro ego que nos ciega y no nos deja ver tanto desorden propio. ¿Qué camino preferimos elegir? ¿El de la hipocresía que se alimenta continuamente del error ajeno; el de la hipocresía que se deleita al ver tropezar a los otros; el de la hipocresía que además se cree que no es hipócrita y que siempre tiene una excusa para juzgar; el de la hipocresía que no es capaz de mirar en su interior para darse cuenta que el primero que tiene que cambiar es uno mismo? Mientras sigamos el camino de la hipocresía, consciente o inconscientemente, con más o menos maldad, o incluso con buena intención, jamás seremos hijos de corazón de Dios.

Un hermano no juzga a otro hermano porque respeta al Padre, que es el único que sabe qué pasa en el corazón de cada hijo. El Padre ve en lo secreto y por eso solo el Padre puede distinguir, puede comprender todo y perdonar todo al que se arrepiente. ¿Juzgás? Pensalo en serio. Pensalo con responsabilidad. Respondete esta pregunta con profundidad. Muchas veces se juzga de muchas maneras distintas, con todo el ser, a veces, con la mirada, con el pensamiento, con el corazón, con la palabra, con la indiferencia, con el rencor, con el olvido. Se juzga, a veces, con el modo de vivir.

Elijamos ser hijos humildes. Elijamos vivir como hermanos, aborreciendo el mal y el pecado, pero amando y abrazando al que lo hace, al que se equivoca, al que tropieza. Ayer fue tu prójimo, hoy podemos ser vos y yo. Hoy puedo ser yo, pero mañana podés ser vos. Por eso elijamos mejor corregirnos a nosotros mismos para poder algún día tener el corazón y el ojo limpios y así poder ayudar a otros.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.