Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor
Comentario
Y para eso no tenemos que olvidar esta advertencia: No por mucho hablar Dios nos escuchará, sino por hablar bien, sino por decir lo que Él nos enseña a decir. Además, como dice Jesús, Él sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
En la vida y en la oración, fácilmente caemos en ese error de pensar que por hablar mucho nos escucharán. Pero en Algo del Evangelio de hoy Jesús nos enseña lo contrario. ¿Viste esas personas que por hablar mucho ya no dan ganas de escucharlas? Hay personas que por mucho hablar agotan y terminan quedándose solas, porque piensan que serán escuchadas cuantas más palabras por minutos digan. Sin embargo, si hay algo que debemos aprender en la vida es a hablar lo justo y necesario. Nuestro Padre jamás se cansará de escucharnos, pero los que podemos cansarnos somos nosotros si no rezamos como Él nos enseña, por eso hay que dejarse enseñar por Jesús. Cuando hablamos mucho perdemos el tiempo, cuando hablamos mucho nos perdemos en palabras. Cuando hablamos mucho corremos el riesgo de equivocarnos. Por eso es necesario comprender qué es el Padrenuestro para nosotros, los hijos de Dios.
Jesús no nos enseña una fórmula mágica para que podamos conseguir lo que se nos antoja; no nos enseña una oración para que aprendamos de memoria y la recemos todos los días para cumplir con nuestra obligación de cristianos, rezar por cumplir; no nos enseña simplemente una serie de palabras que nos aseguran la salvación el día de mañana. Nos enseña algo mucho más grande, nos enseña a respirar de Él, con Él. Nos enseña lo esencial de la vida de hijos, de la vida sobrenatural. Nos enseña a desear lo fundamental, nos enseña a pedir lo esencial y por lo tanto, abriéndonos su corazón, nos enseña lo más importante para vivir como hijos de Dios. Desear lo mejor para nuestro Padre y pedir lo necesario para ser hijos de corazón y no solo de palabra. Así se articula el Padrenuestro, la primera parte deseando lo que el Padre desea, y la segunda aprendiendo a desear lo mejor para nosotros.
El Padrenuestro es sencillo, simple, pero contiene todo. Todo está en estas palabras. Toda nuestra vida debería ser un desear y pedir lo que dice el Padrenuestro. El Padre sabe todo, Él, que ve en lo secreto, sabe el secreto de tu vida, de la mía, el secreto que ni siquiera nosotros sabemos descubrir. Por eso terminemos rezando juntos:
Padre Nuestro, Padre de los que amamos y de los que nos cuesta amar. Padre de malos y buenos. Padre de todos, enseñanos a respirar con esta oración salida de los labios de Jesús. Enseñanos a que cada día aprendamos a rezar con el corazón, de verdad. Basta de palabras vacías, basta de palabras repetitivas que no llegan al alma. Basta de hijos que le rezan a un Padre que no conocen. Nosotros queremos conocerte y darte Gloria, con nuestra vida, con nuestras obras, queremos que tu nombre sea santificado, conocido, amado. Queremos ser hijos y vivir como hijos. Queremos reconocer a todos como hermanos.